Hasta hoy, nunca fue consciente del instante en que decidió amordazar su alma, vivir creyendo que cada persona que conoce es una farsa o una amenaza. Las secuelas de la crítica mordaz, del rechazo y de la exigencia extrema abren espacio para que el ego construya su propio reino. Mientras tanto, el tiempo continúa su marcha.
En un mundo donde abunda la gente que vive con máscaras, deseo de control y conductas ambiguas, comprendemos que en la lucha diaria entre las sombras y la luz, dañar o caminar sin conciencia se vuelve costumbre.
El ego jamás reconoce errores. Prefiere inventar excusas, mentirse, porque la vulnerabilidad humana —esa que redime— se interpreta como debilidad.
El ego vive a la defensiva. No tolera que existan personas que transitan movidas solo por la paz y por propósitos nobles. Necesita buscarles secretos, desarmarlas, quebrar esa luz que no comprende.
Y, durante siglos, el ego ha sido culpable de la falta de un adiós, del silencio antes que la verdad, de la inercia cobarde antes que la lucha; del disfraz perfecto que pretende omnipotencia; de la carencia de fuerzas para pedir ayuda; de la majadería que fabrica excusas para no revelar la treta infantil; de la rabia absurda ante la libertad interior ajena.
El ego sigue siendo la daga que intenta atravesar la luz y poseerla. No ve, no escucha, no acepta.
Sin embargo, hasta el final, la luz jamás lo abandona. Porque alguna vez, ese ego fue también una estrella que hoy vive encerrada en el miedo a ser libre, al miedo a creer.

(Trozos de bitácora)
Esperen con paciencia.
Siempre existirá un libro para ti.

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