
Lo sabe el cielo, lo sabe Dios y en el fatuo intento de sostener las máscaras, el alma de quienes temen «ser» se va descascarando, inevitablemente.
Y en el silencio, en veredas distintas, caminan quienes agotados y quizá, exhaustos de ver, optan por avanzar, hasta donde corresponda, hasta donde el tiempo alcance.
La luz y la sombra son uno solo, pero hasta hoy, no lo notan. La luna es el reflejo del estado de transformación, karmas y dharmas.
Se queda en el vacío quien carece de valor, fe y esperanza; siente y dibuja sueños, aún con miedo y acaso, dolor inmerecido, quienes se conforman con pequeñas cosas, porque lo valioso es el amor en todas sus manifestaciones.
El dolor y el miedo son malos consejeros, pero abrazados al ego, capturan esencias. Las oscurecen.
La luz asusta, no parece real y camina junto a mariposas, esas que pierden alas, mueren y regresan cuando nadie lo nota.
Hay poco tiempo para ser iluso (a) y mucho por hacer. Y no vale la pena charlar con antifaces ni carceleros de almas. Corresponde, observar, perdonar y pasar por las puertas, hasta sentir que ningún esfuerzo es en vano si se trata de brindar certezas, claridad y bondad.
No existen las coincidencias. Cada quien cumple un rol y lleva un sello, que quizá, aún no ve.
Entre eclipses, todo cambia, el alma se libera, puertas se sellan y la fuerza para ser, servir y amar como enseña Dios es lo único que cuenta.
Las estrellas son regalos y brillan donde habitan corazones puros – inexistentes para los pesimistas, ciegos e ilusos.
Ser quien eres es un regalo demasiado costoso para los aliados del ego.
Luz y sombra. Y sin embargo, son uno solo.